jueves, enero 05, 2006

La metáfora o el lenguaje de la realidad

Por Pamela Soto G.
La relación entre el hombre y la realidad se modifica radicalmente a la hora de la aparición de la conciencia. Ésta transforma el vínculo existente, ya que a partir de este momento el hombre no se conformará simplemente con estar inmerso en lo real, sino que intentará por medio de la razón discursiva apropiarse de la realidad recurriendo a nociones y definiciones que satisfagan su intelecto. Pero, a esta vía teorética que ofrece el despertar de la conciencia se le escapa lo fundamental, que es precisamente la condición de real que la realidad tiene, porque la vía intelectual, en definitiva lo que pretende es crear un tipo de conocimiento que determine universalmente aquello que designa, sin evidenciar en principio que este mismo conocimiento se vuelve un problema para sí, al no ser capaz de contener plenamente en sus abstracciones, una entidad indescifrable y desbordante como la realidad metafísica a la que pretende aludir.
La realidad resulta al parecer inabordable para el ser humano consciente, puesto que todos los conceptos que utiliza para asirla, no logran evidenciar su pureza, es decir, su estado más primigenio, porque el concepto no logra contener ni descifrar el enigma de lo sagrado. Cuando hablo de sagrado no me refiero a nada sobrenatural o ilusorio, a nada sentimental, sino a la realidad misma tomada en toda su amplitud.
De ahí que, el concepto a pesar de haberse perfilado, por largo tiempo, como la intermediación más usada y prestigiada para acceder a ese oscuro nexo que determina la relación entre el hombre y la realidad, no ha podido dar nunca una respuesta única y definitiva acerca del misterio que esconde lo real, de esto dan cuenta un gran número de sistemas filosóficos que han pretendido desentrañar por medio de complejos constructos teóricos la estructura íntima de lo real, sin llegar, por ello, a un eficiente resultado; un claro ejemplo de esto son los excesivos neologismos que se desarrollan dentro de la disciplina filosófica, los cuales sólo contribuyen a crear un lenguaje paralelo al coloquial, sin lograr resolver, con ello, el problema que en principio pretendían esclarecer. En efecto, todo este despliegue lingüístico termina por convertirse en otro fallido intento del hombre por fijar lo inexpresable.
Al parecer no se debería privilegiar el lenguaje teórico, para mostrar la relación del hombre con el fondo de lo real. Porque, el vínculo entre el hombre consciente y la realidad, no es el más directo y espontáneo, pues este sujeto ha comenzado a distanciarse de la realidad desde el preciso instante en que comenzó a dudar de ella, desde ese momento, se enfrenta a ésta con una actitud interesada y violenta, pues pretende apropiarse de la enigmática matriz a partir de una construcción conceptual. La duda, en cuanto producto de la metafísica europea, "es hija de la desconfianza, del recelo y en lugar de mirar hacia las cosas, en torno del preguntar por el ser de las cosas, se vuelve sobre sí en un movimiento distanciador". La conciencia, por consiguiente, es sinónimo de un despertar de la inocencia del hombre, es un abandono de la espontaneidad. Porque, cuando la duda se instala en el ser humano arrebata de él toda la ingenuidad que le permitía acercarse a ese tipo de realidades que antes que pensadas deben ser sentidas.
El hombre consciente es un ser que pone todo bajo sospecha, somete a comprobación lo que conoce, y desecha todo conocimiento que no sea el resultado de un exhaustivo discernimiento lógico. Por eso, aquel sujeto que prefiere la duda como método para la búsqueda de la certeza del conocimiento acerca de la realidad, pierde en este camino el acceso a lo más real que la realidad tiene; ya que el tipo de verdad de conocimiento que persigue el hombre consciente evapora de la realidad todo lo oculto y misterioso, que en definitiva la constituye.
Entonces, el viejo anhelo humano de querer apropiarse de la realidad nociológicamente, no podrá nunca ser satisfecho, pues queda claramente expresado que la realidad no permite adentrarse en sus entrañas a través de un método racionalista que pretenda encerrar su desbordante contenido en definiciones de pretensión universal, porque este tipo de procedimiento intelectual deja fuera, precisamente, el carácter ambiguo que constituye a la realidad, en cuanto, ésta se presenta al hombre de modo inagotable y polisemático.
Sin embargo existe otro tipo de conocimiento fruto de la conciencia que sí puede dar cuenta de la realidad y aproximarse a ella, porque el arte es el camino del hombre consciente que no tiene su confianza puesta en el conocimiento teorético de las cosas, lo que no quiere decir que no lo conozca o no se sirva de él. El artista es un hombre histórico y, por lo tanto, ejerce su conciencia, pero no reduce toda su vida a ella, lo cual le permite vincularse de modo espontáneo con la realidad, en cuanto su acercamiento a las cosas no está caracterizado por un intento de disección de la misma, sino más bien se caracteriza por un estar junto a ellas. "Hay que salvarse de las apariencias, dice el filósofo, por la unidad, mientras el poeta se queda adherido a ellas, a las seductoras apariencias", por consiguiente, el arte es la manifestación del hombre consciente que emula el estado originario o pre-consciente en el cual el acceso a lo sagrado se le entregaba al hombre naturalmente.
Estos dos modos de conocimiento que caracterizan al hombre, luego de su despertar a la conciencia, serán enunciados, por medio de nombres emblemáticos en los cuales se suscriben otras disciplinas afines, por ejemplo, el término filosofía, en cuanto es considerada por su misma tradición como ciencia primera, tiene a su haber todas aquellas disciplinas que al igual que ella pretendan ir en busca de las causas y principios que rigen a lo real. Bajo el término poesía se suscriben todas las disciplinas artísticas, porque de tras de toda arte se esconde una poiesis.
Ahora bien, la filosofía, en cuanto modo de conocimiento, ha gozado por largos siglo de un papel protagónico a la hora de definir o identificar realidades. Es a ella a quien se le ha otorgado la custodia del saber, pues fue la filosofía la primera en cuestionar las cosas para procurarse de este modo la conquista de algo firme e independiente, es decir, de un absoluto.
En definitiva la tarea primera de la filosofía radica en proporcionarle un hogar al hombre, ya que todo absoluto asegura por lo menos una entidad que permanece eternamente igual sin modificación alguna, lo cual se constituye como un hecho tranquilizador para el ser humano; porque a partir de la identificación de aquello que en nada se apoya y todo viene a apoyarse en él, el sujeto adquiere un lugar donde refugiarse cada vez que la azarosa e inestable vida lo doblega. Pero, aún cuando, este absoluto que proporciona la filosofía actúa como refugio para el hombre, éste a su vez lo despoja de otro conocimiento que poseía antes de la aparición de la prestigiada pregunta filosófica.
En efecto, la filosofía en su afán de conocimiento desencadenó lo más peculiar del hombre: la pregunta. Pero la pregunta no es sólo el hallazgo de lo más humano del hombre, sino que "indica la perdida de una intimidad o el extinguirse de una adoración". El hombre que pregunta se desentiende de lo sentido y busca una explicación que justifique lo real, ya no le basta con el conocimiento íntimo de las cosas y se lanza a la búsqueda de un conocimiento interior que satisfaga a su intelecto.
Para explicar la diferencia entre un conocimiento íntimo y uno interior, y por lo mismo la diferencia entre el conocimiento filosófico y el conocimiento poético, se puede recurrir a una analogía que haga evidente esta distinción. Por ejemplo, cuando un querido amigo nuestro es operado de una disfunción cardiaca, el médico que tiene a cargo su operación, sin lugar a dudas, conoce interiormente a mi amigo mejor que cualquiera de nosotros, porque tiene literalmente su corazón en las manos y puede ver su color, las arterias, venas y sentir el calor de la sangre. Sin embargo, a pesar que el médico conoce interiormente a mi amigo mejor que yo, en cuanto conoce el funcionamiento orgánico de éste, no puede tener el conocimiento íntimo que hace que ese sujeto que se enfrenta a una intervención quirúrgica sea mi amigo; porque, si bien estos conocimientos no se contraponen, no basta el conocimiento interior de algo para pasar inmediatamente a tener un conocimiento íntimo del mismo.
Ambos tipos de conocimientos que se han enunciado pueden estar presentes en el hombre sin excluirse entre sí, pero cabe destacar que uno de ellos surge de manera espontánea en el sujeto. Pues resulta incuestionable, desde el punto de vista antropológico-social, que toda cultura por muy primitiva que sea, necesariamente cuenta con una deidad a quien rendir tributo, lo que pone en evidencia que sentir lo real como sagrado es un fenómeno inevitable para el ser humano. Por lo tanto, el conocimiento íntimo de la realidad se mueve en una esfera totalmente independiente al grado de conocimiento teórico que pueda alcanzar cada uno de los pueblos.
Ahora bien, una vez aclarado este doble orden de conocimiento que posee el hombre cuando aparece la conciencia, es menester volver al conocimiento filosófico, el cual puede ser identificado como aquel conocimiento interior de las cosas, porque en definitiva la filosofía lo que realiza es una explicación racional y sistemática de la realidad, pues la razón establece esquemas de orden con pretensiones de estructuración, es decir, realiza una especie de disección de lo real, una fragmentación de la vida. Por esto, aquel hombre que interroga se aleja del sentir de lo sagrado, pues el que pregunta pone en tela de juicio todo lo que sabe, cuestiona todo conocimiento que no sea producto de un arduo trabajo intelectual.
Este intento conceptualizador del hombre que se entrega a la filosofía se da siempre en la más extrema soledad, pues este sujeto cifra toda su esperanza en sí mismo, en la fuerza de su entendimiento. Por lo cual, la pretensión máxima del filósofo ha sido siempre creer que puede apoderarse de la realidad a través de nociones que la hagan manejable y dócil, y le permitan de este modo consumar su toma de poder sobre todo lo real.
La filosofía ha esperado siempre llegar a lo más hondo de lo sagrado, a través de universalizaciones, pues pretende construir por medio de lo disperso y pasajero algo uno y eterno, porque el temor primero que le provocó al hombre ser existente en el mundo junto a otros entes, no lo retuvo en el asombro, sino que lo lanzó en la búsqueda violenta de una explicación que le asegurara el poderío sobre todo lo demás.
La filosofía, por consiguiente, puede ser considerada como la huida temerosa de aquel hombre que renuncia al conocimiento que le es entregado íntimamente, porque la descalificación racionalista que ha padecido el sentir lo ha confinado a la mera subjetividad desautorizándolo como proceso creador o captador de objetividad. Este excesivo racionalismo, que ha caracterizado el decurso de la historia del hombre, interpreta al sentir íntimo de la realidad como un tipo de conocimiento que no merece mayor atención por tratarse de una simple afección que aqueja al sujeto, luego, indigno de ser considerado un saber propiamente tal.
Debido a que las pretensiones de conocimiento a las que aspira el filósofo se desenvuelven en el ámbito de la plena objetividad, esto conlleva a su vez, a un total desapasionamiento del sujeto hacia el acontecer particular del fenómeno, pues las pasiones distraen al científico de su equidad como investigador. Lo cual ha conducido a que la Filosofía se haya alejado de lo individual; porque desde la tradición clásica se ha reiterado que las pasiones mantienen atrapado al hombre en el mundo sensible, de ahí que la particularidad por mucho tiempo ha sido considerada como algo de lo cual hay que escapar, porque sólo la unidad es capaz de entregar serenidad al hombre.
El filósofo lo que persigue, en definitiva, es la seguridad que proporciona la razón, al entregar ella sus propios límites y con éstos el límite del mundo y de lo conocido. Es decir, la filosofía es entendida como un intento de posesión del mundo, un ejemplo de esto se encuentra expresado en el "Tractatus" de Wittgenstein donde el autor afirma que "el objetivo de la filosofía es la clarificación lógica de los pensamientos", por lo tanto la filosofía "debe delimitar lo pensable y con ello lo impensable" para de este modo tener un total manejo y dominio del mundo, pues todo aquello que se escape a estas leyes no podrá ser enunciado.
Por lo cual no es nada de extraño que, el método que utiliza el filósofo como modo de acercarse a las cosas, persigue ser el más claro y seguro, ya que aleja al sujeto de lo singular para conducirlo hacia universal, para entregar al hombre, de este modo, algo firme en lo cual sustentar su vida; además de proporcionarle junto a ello la tranquilidad necesaria para realizar su más apremiante tarea, que es vivir humanamente, porque la objetividad es la estabilidad vigente, el orden que a todos llega y cobija, que todo lo ordena y aquieta. Una vez que se establece un absoluto, el hombre puede vivir.
Si bien, la filosofía persigue un noble propósito al intentar entregar estabilidad al ser humano por medio de sus abstracciones, ha habido una experiencia que no se ha dejado poseer por la objetividad filosófica, pues no se deja reducir en una simple conceptualización, lo que se ha traduce en una constante resistencia al método unificador que persigue la filosofía. En efecto, la realidad en cuanto tal, nunca a podido ser acotada, lo cual, a su vez, ha permitido que el quehacer filosófico siga vivo.
Entonces, la importancia radical de la aparición de otro camino que conduzca al conocimiento del enigma de la realidad surge a partir del hecho que al ser humano no le está permitido penetrar completamente en lo real a través de una vía teórica, puesto que la principal característica de la realidad estriba en su ambigüedad, lo cual la convierte en una fuente inagotable y por tanto inabordable, ya que no puede ser reducida a una univocidad; porque lo ambiguo al no poseer límites claros que lo cerquen, no puede ser nunca definido de manera acabada y definitiva por la facultad especulativa del hombre.
En cambio, otro tipo de acercamiento a la realidad del hombre conciente corresponde al conocimiento íntimo de las cosas, que se diferencia de aquel conocimiento interno que propone la filosofía, porque éste asegura un trato natural y espontáneo con la realidad.
La poesía, en cuanto es considerada como la imagen del conocimiento íntimo, es la encargada de descifrar los enigmas, porque sólo ella puede dar cuenta de esa iluminación repentina que le acontece a la mente cuando capta algo de modo deslumbrador", pues la poesía se constituye como "la memoria de lo que la filosofía olvida; como lenguaje no lógico, nos permite acceder a las dimensiones de la experiencia que la razón guiada por la voluntad de dominio reprime".
El lenguaje que utiliza el poeta es considerado sagrado debido a que el poeta es aquel hombre que a pesar de ser consciente no se ha desprendido totalmente de su matriz originaria, pues éste no pone en duda el conocimiento íntimo que se le ha entregado de modo espontáneo. Ante lo cual la realidad en un acto de gracia se le muestra en plenitud ante sus ojos.
Sin embargo, la labor del poeta no culmina en la contemplación de la realidad que le viene al encuentro, sino que su principal misión es comunicar al resto de los hombres su visión. Esta tarea la realiza a través de un lenguaje distinto al ofrecido por la filosofía, ya que el lenguaje que utiliza el poeta es un lenguaje que debe dar testimonio de la realidad misma. Por lo tanto, este lenguaje debe tener las mismas características que la realidad evidencia, es decir, debe ser un lenguaje ambiguo, misterioso, es decir, sagrado.
En efecto, la poesía es el medio que posee el sujeto consciente para emular la inocencia de aquel hombre en estado originario al cual la realidad se le presentaba en su total esplendor. Porque el poeta, al igual que ese hombre pre-consciente, se enfrenta al mundo sin afán de dominio, en cambio, el filósofo lo que ha pretendido siempre es apoderarse de la totalidad, a través de la fuerza de la razón, lo que lo convierte en un hombre que cuestiona ese conocimiento íntimo que surge espontáneamente en su ser. Entonces, la propia soberbia dominadora de la filosofía es lo que le impide a ésta poder dar cuenta de esa realidad que antes que pensada debe ser sentida, pues el modo de acercarse al mundo que utiliza la filosofía es a través de una causalidad de juicios que provienen a partir de su propia especulación y no de ese sentir originario del que da cuenta el poeta.
El poeta, es quien se encarga de cantar esa realidad que por ser sentida se aleja de la razón teórica, pues al no poder ser reducido el sentir original de lo sagrado a nociones genéricas, el poeta debe recurrir a un tipo de lenguaje distinto al que utiliza la disciplina filosófica para testimoniar este sentir. La superioridad de la poesía respecto de la filosofía radica en que el poeta ha sabido siempre lo que el filósofo ignora, esto es, la imposibilidad del hombre de poseerse a sí mismo o a cualquier otra cosa. Porque en cada criatura vulgar está el misterio de su ser y el de la realidad entera. Entonces, aquel que lograra penetrar enteramente en la existencia de sí mismo o de cualquier criatura penetraría en todo el mundo. Y esto es del todo inviable debido a que la realidad no puede perder jamás su más radical característica de misterio y enigma.
Cabe resaltar que la intención del filósofo de desentrañar el misterio que envuelve a la realidad radica en la secreta esperanza de que "ella en su fondo le abriera un hueco al que no ha ido todavía, un lugar aún no ocupado y que sería su completo acabamiento". Porque, la filosofía evidencia la angustia vital del sujeto que se sabe en desventaja frente al poderío de lo real, además de dimensionar conjuntamente con ello la precariedad de su existencia. Esta vital afección también embarga al poeta, pero el método que utilizan ambos para habérselas con la realidad es aquello que los diferencia.
La verdad que se encamina por medio de la filosofía es producto del esfuerzo solitario de la razón que paso a paso avanza por sí misma, en un derroche de fuerzas que no logra dar cuenta del enigma. En cambio, el camino que propone la poesía "no pretende ni siquiera ser verdad, sino solamente fijar lo recibido, dibujar el sueño, regresar por la palabra, al paraíso primero y compartirlo". Por tanto, es el poeta quien da forma a lo indecible, a lo inexpresable por medio de un lenguaje sagrado, en cuanto el mismo es también misterioso, al no poder ser traducido meramente a un lenguaje teórico.
El tipo de lenguaje que debe usar el poeta para referirse a la realidad debe asemejarse a las características de ésta, para poder señales de ella. Por eso, el poeta, dentro de los recursos estilísticos que maneja para la creación de sus obras utiliza la metáfora, la que se perfila como el medio más adecuado que posee el hombre para evidenciar la realidad, ya que en ésta se manifiesta la ambigüedad existente en lo sagrado. Porque la metáfora consiste en esa "manera de presentación de una realidad que no puede hacerlo de modo directo; presencia de lo que no puede expresarse directamente, ni alcanzar definición racional ". La metáfora, por lo tanto, se constituye como un modo de evidenciar el trasfondo enigmático de la realidad pero de modo distinto al utilizado por la razón discursiva, pues se procede de modo indirecto, lo que manifiesta que la realidad que se muestra en la metáfora no puede ser enunciado por la razón especulativa. Si bien, el tema a tratar es la metáfora, lo que se busca analizar no son los tipos de metáforas posibles dentro del género poético o, qué es propiamente una metáfora o, a qué tipo de proporcionalidad corresponde una metáfora dentro de la concepción analógica de los términos. Por el contrario, lo que se pretende explicitar no es la estructura filosófica o lógica de una metáfora, sino, por qué el lenguaje metafórico es aquél que mejor fija en signos a la realidad.
La realidad por ser de suyo inefable sólo puede ser conocida por medio de un camino indirecto que permita que se manifieste, a través de él, aquel carácter ambiguo que la caracteriza. Entonces, frente a ésta problemática de lenguaje aparece la metáfora como la vía más indicada para señalar el carácter enigmático de lo sagrado, porque "la metáfora es una definición que roza con lo inefable, única forma en que ciertas realidades puedan hacerse visible a los torpes ojos humanos". Por eso, cada vez que exista la necesidad de dar cuenta de una realidad inabarcable por la razón discursiva, el hombre podrá recurrir a la metáfora como método de acceso a este tipo de realidades que se resisten a ser atrapadas por definiciones formales.
A pesar de las ventajas comparativas que ofrece la metáfora a la hora de mostrar el enigma de lo sagrado, ésta ha sido despreciada, pues muchas veces se ha entendido como una forma imprecisa de pensamiento, lo que la ha mantenido ajena a los métodos tradicionales de explicación de la realidad. Pero su función esclarecedora no ha decaído a pesar de este desprecio aparente, porque incluso la filosofía entendida como una ciencia que recurre a su propio lenguaje racional siempre ha utilizado metáforas para explicar diversas realidades que no son posibles de abordar acabadamente desde su conocimiento, tal es el caso de la luz del entendimiento. Metáfora que está presente en toda la tradición filosófica.
Entonces cada vez que se habla de metáfora no sólo se alude con ella al lenguaje poético, sino que se evidencia ese primer modo que tiene el hombre para referirse a aquello que lo rodea. La metáfora no reduce su campo de acción a una sola dimensión artística, porque todas las artes la utilizan como recurso, en cuanto, el método que utilizan para representar aquello que han elaborado siempre escapa del dominio especulativo del sujeto; porque los colores, las acordes y armonías, aun cuando testimonien del mejor modo el sentir del sujeto, estos no podrán ser traducido desde el lenguaje metafórico a uno netamente conceptual, porque con eso se destruiría inmediatamente el carácter poético, que es lo que proporciona el camino perfecto para develar un aspecto de la ambigua e inagotable realidad. Porque, la poesía al igual que la filosofía, también es una verdad de conocimiento, pero "una verdad que no puede ser demostrada, sino sólo sugerida por ese más que expande el misterio".
Entonces, la diferencia radical entre poesía y filosofía estriba en que el poeta no ejerce violencia sobre las apariencia como el filósofo, porque no intenta suprimir el fenómeno, sino que lo incorpora al logro de la unidad, porque todo poeta ama la verdad, "mas no la verdad excluyente, no la verdad imperativa, electora, seleccionadora de aquello que va a erigirse en dueño de todo lo demás"; porque la poesía no persigue certeza en su conocimiento. En cambio, la filosofía en su continua búsqueda de lo absoluto, se niega a aceptar que algo existente sea conocido más que por su inmediata presencia. Pero, la razón poética o razón del poeta no puede ser reducida exclusivamente al ámbito del sentir, porque ella también es razón; el hombre que siente íntimamente la realidad no culmina esta percepción en una mera impresión sensorial, sino que la trasciende, ya que le otorga una estructura o medida, aun cuando, éstas sean poéticas o metafóricas.
La razón, al ser la facultad encargada del conocimiento, entrega al hombre el método para acceder a lo real, pues todo método implica entregar un orden al conocimiento. Sin embargo, en el caso de la razón del poeta el método que se utiliza es distinto al acostumbrado por la razón discursiva, puesto que es un orden discontinuo que sólo puede ser percibido como orden una vez completado todo el sistema. Un claro ejemplo de este orden poético es la armonía musical, pues solamente una vez conocidas todas las notas puede ser establecida y conocida la melodía, pues la ubicación de las primeras notas en un pentagrama no evidencian una continuidad predecible que permita deducir lo restante, por lo que sólo la ejecución final de la melodía podrá entregar la unidad que presupone el orden musical de la pieza. Del mismo modo que la melodía oculta detrás de toda nota, la unidad que persigue la razón poética es imperceptible en un principio.
Esta razón que utiliza la poesía, en ningún caso, pretende subordinar la razón a la intuición, sino armonizarlas, pues por mucho tiempo el hombre se ha olvidado de la intuición privilegiando exclusivamente el conocimiento teórico por sobre cualquier otro, pues "todo sentir quedaba desvirtuado en sentimiento, afección del sujeto confinado en sí mismo, mareas de un mar interior que sólo a su agitación corresponden". Pero, por medio de la poesía, el sentir vuelve a tomar un papel preponderante a la hora de dar cuenta de algunas realidades, que sólo pueden ser conocidas y fijadas, sutilmente, lo cual no les resta ni evidencia ni fuerza argumentativa.
De ahí que, toda idea que engendra la razón de poeta, pretende ser una idea que se vincule plenamente con el sujeto que la concibe; porque toda idea que proviene de ésta razón es una idea sentida íntimamente por el sujeto que la experimenta y genera.
La idea poética en definitiva es una idea de experiencia, porque proviene de un hombre que ama a tal punto la vida que se resiste a renunciar a ella, la razón metafórica se manifiesta siempre como un canto sapiente y palpitante a la vida. Porque en ésta razón se fusiona el conocimiento teórico con el propio de la intuición, lo que proporciona al hombre un conocimiento que se integra a su vida como parte activa de ella, y no como una acumulación cuantitativa de nociones que en nada modifican la vida de quien las conoce.
Estas ideas poética, hijas de la metáfora y no del concepto, se dibuja en las entrañas del hombre y no en su mente. Pues emergen de lo más íntimo de su ser, de la interioridad de su carne. La locura del poeta que se manifiestan en esas ideas que lo mantienen agarrado desde lo más íntimo de su ser e impelido a la acción como un modo de divulgar y liberar esas ideas que el percibe viseralmente. Por eso, de la razón poética no se pueda ni hablar ni enunciar teoréticamente, porque ella misma es acción o poesía.
Filosofía y poesía, por consiguiente, son los dos caminos que posee el hombre consciente para otorgarse con sus propias fuerzas un camino dentro del angustioso misterio de lo real. Sin embargo, la angustia del hombre no culmina con el mandato de la conciencia que hace que el hombre se de cuenta que de él depende el despliegue de su vida; porque, el padecimiento de la angustia, por parte del sujeto, se refiere, simultáneamente, a dos objetos completamente independientes: el objeto que produce la angustia y a la persona que la sufre.
Pues, si bien, lo que patentiza esta angustia del sujeto es ese tener que abrirse paso en el mundo, el tener que generarse un espacio en el cual desenvolver su vida, lo que además conduce al hombre a la búsqueda de un método para asegurase un lugar en el cual habitar. Pero, este estar inserto en la realidad, puede llevarse a cabo de dos modos. Por una parte, está la vida del filósofo que elige el camino de la esperanza, donde la frenética y compulsiva búsqueda del sistema o del absoluto se manifiesta como la solución a la necesidad de sustrarse del mundo cambiante y efímero que ofrecen los fenómenos, para salir al encuentro de lo inmóvil y eterno; porque, para el filósofo, la creación de un sistema es lo único que puede ofrecer seguridad al que padece angustia, ya que, por medio de la construcción de una muralla cerrada de pensamientos objetivos e invulnerables puede hacer frente al vacío que le provoca el saberse desgarrado del mundo.
La filosofía, por lo tanto, es la solución esperanzadora de un hombre escindido que se aleja del mundo para intentar buscar un pensamiento que le permita establecer su poderío sobre todo lo real y la realidad misma porque su plan estratégico para evitar la angustia se construye a partir de un cúmulo de definiciones que intentan explicar y vigilar la acción del mundo. Por eso, el filósofo en su afán de tranquilidad no sólo busca un absoluto como soporte y tranquilidad para sí, sino que, además, de paso desdeña las apariencias para convertirse en un asceta, porque en su afán de asegurarse el acceso a un absoluto se aleja de lo perecedero, el filósofo, opta por una vida de renuncia a los goces y a la fragilidad del mundo. En cambio, el poeta, amante del mundo y las cosas que habitan en él no puede conformarse con la desaparición de las mismas, por eso se aferra a ellas en un canto melancólico y descarnado que manifiesta su negación a la renuncia de lo real.
El poeta se presenta como la más perfecta imagen de la desesperada angustia que sufre el hombre, porque el poeta es ese hombre que no se conforma con la tranquilidad que busca el filósofo al desprenderse del mundo y del fenómeno, lo que lo condena a un sufrimiento doble, porque su ser consciente no sólo le hace manifiesto el hecho de tener que proporcionarse por sí mismo un espacio propio en el cual habitar, sino que también este ser consciente le muestra tanto la fragilidad de la propia vida como la del fenómeno. El poeta, a diferencia del filósofo, no intenta alejarse del sentimiento de angustia que le provoca el desconocimiento especulativo de lo sagrado, por el contrario se aferra a esta angustia al punto de hacer de ella un delirio melancólico.
La excesiva conciencia del poeta por la vida, es aquello que hace de su estar en el mundo una experiencia dolorosa de soledad y extrañamiento, porque en su vida no hay lugar para aquella esperanza filosófica que se resuelve a partir del abandono del fenómeno. Pero, la angustia del poeta no está completa sin ese afán de comunicar el embriagador canto que le provoca la melancolía, en cuanto, ésta se configura como el sentimiento de pérdida ante la perecedera realidad propia y del mundo. El hombre melancólico evidencia una tremenda añoranza por la pérdida que lo afecta, debido a las inmensas ganas de vivir y estar en el mundo, las cuales sabe mermadas por la fragilidad que corrompe a todo lo temporal, lo que origina en él, la necesidad de creación como un intento de fijar de algún modo el tiempo que se escapa.
El poeta a pesar de su melancolía se muestra como un husped que disfruta su estadía en el mundo, porque ama aquello que se le presenta y se siente apegado a los goces que esto le ocasiona. La poesía, por lo tanto, es el canto nostálgico que surge de ese amor a lo pasajero que no se consuela al saber de la eminente pérdida que le asecha; razón por la cual, el poeta se embriaga con la vida, pues se deja poseer por ese enigma de la realidad que lo lleva a preferir estar ebrio que muerto cuando deba presenciar el triste y forzoso espectáculo de la desrealización del mundo fenoménico. Este hombre no encuentra consuelo posible ante la muerte de la rosa o el minuto que pasa; porque, precisamente, esta funeraria melancolía de las apariencias es aquello que hace que se consuma en medio de ellas, mientras que el filósofo prefiere alejarse de las mismas y asegurarse algún tipo de salvación frente a la eminente pérdida, por medio de la consecución de alguna noción o idea universal que le proporcione la salvación de la corrupción que consume a todo lo temporeo.
En cambio, el poeta es el encargado de mantener en la memoria nuestras desgracias o pérdidas, porque aún cuando sepa lo efímera que resultan ser las apariencias se aferra a ellas, "por eso las llora antes de que pasen, las llora mientras las tiene, porque las está sintiendo irse en la misma posesión. Los cabellos negros del amado blanquean mientras son acariciados y los ojos van velando imperceptiblemente su brillo. Y son por eso más amados, más irrenunciables". Porque que algo muera, no quiere decir que sea por ello, irreal o inexistente.
Este delirio melancólico del poeta es el origen de aquello que se ha entendido por inspiración, la cual puede ser traducida por trabajo, porque el trabajo compulsivo o tranquilo del artista, muestra el impulso del hombre hacia el hacer. El artífice cuando se encuentra embriagado está impelido a trabajar, pues no puede dejar de cantarle a aquello que se realiza y desrealiza frente a sus ojos, de ahí que se entregue en completitud a su trabajo, y que se haya denominado por largo tiempo a aquella imperiosa acción que lo invade como inspiración, ya que los otros hombres no son capaces de comprender ese sentir que invade al poeta y que lo impulsa a tener que crear necesariamente. La inspiración del poeta, por lo tanto, consiste en un tener que trabajar todos los días, porque requiere para su oficio adquirir la precisión necesaria para hacer explícito su delirio, y manifestar de este modo esa infranqueable escisión que lo separa de la realidad.
El trabajo del artista es una acción generadora, es una acción que gesta y de ahí su importancia, pues trae lo nuevo al mundo, en cuanto, muestra y recuerda desde una nueva mirada a lo real y a la realidad misma, además, de dejar instalado un nuevo objeto, en otro intento más por salvar o más bien revertir de algún modo la desgarradora pérdida que afecta al hombre consciente.
La melancolía del poeta, por tanto, es aquello que permite y engendra la creación humana, porque este estado pone en evidencia la necesidad del hombre de declamar ante la perdida de aquella unidad que compartía con la realidad antes de ser consciente.
Sin embargo, la creación artística no culmina en la confección de la obra, porque de ser así no habría interés por exponer, y quizá ni siquiera sería necesaria la obra, porque le bastaría al artista exclusivamente con vivenciar esa efímera y metafórica reconciliación que le proporciona el sentir la realidad. Pero, el poeta representa a aquel hombre que no quiere salvarse solo y comparte, por ello, su sentir de lo real a través de la obra que crea y que pone al servicio de los demás hombres.
Esta salvación que promete el artista, a través de su obra, no debe ser entendida como un restablecimiento concreto del vínculo originario de hombre con lo sagrado, sino más bien una vuelta del hombre consciente hacia las cosas y el mundo, una vuelta al goce de la simpleza y fragilidad de la particularidad del fenómeno. Pues, si bien, el artista es un melancólico, en cuanto advierte el fracaso del retorno del hombre al nexo originario con la realidad, no por ello deja de trasmitir su descubrimiento a los otros hombres, en un intento de rescatar a los demás seres humanos de la inercia e indolencia que los aqueja cuando se enfrentan al mundo fenoménico. Por eso, el arte, en cuanto medio de comunicación de lo inefable está siempre en experimentación de algún nuevo recurso que le permitan remover la indolencia que subyuga a los hombres, pues utiliza infinitas metáforas para invitarlos a se entreguen a los goces que ofrece la realidad y el fenómeno antes que el tiempo los afecte también a ellos.

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